Ana Campos G.
Ed. Planeta Chilena S. A.
Santiago, 2019
A principios del siglo del siglo XX nació en Taltal, en el seno de una familia de origen alemán y protestante, Rosa Markmann Reijer . Reina de belleza en su adolescencia, esta joven criada y educada acorde a los cánones europeos llegaría a ser Primera Dama durante el gobierno de su marido Gabriel González Videla.
Su nieta, Ana Campos González, acordó con su abuela nonagenaria, registrar los recuerdos que guardaba en su corazón y compartir infinidad de cartas encontradas en cajones dispersos del ático de la casona de Nuñoa.
Fue una vida interesante, cruzada de personajes y altos dignatarios pero también colmada de penurias y dolores. Le correspondió conocer en Petrópolis a Gabriela Mistral como a Neruda en Francia preparando el viaje del Winnipeg. Visitó Argentina y se paseó por la Rural junto a Peron, escuchó a Eleanor Roosevelt y compartió con Truman.
Acompañó a su marido y sus dos hijas a Francia. Una vez allá, declarada la Segunda Guerra tuvieron que arrancar del avance de las tropas alemanas hacia territorio libre, donde acaeció la muerte de su tercer hijo”.
Ya de regreso en Chile, supo lidiar con los radicales en defensa y apoyo de las intenciones políticas de Gabriel González y apoyarlo incondicionalmente durante su gobierno -entre 1946 y 1952- cuya administración logró un interesante desarrollo económico y reconocidos avances sociales otorgando plenos derechos políticos a la mujer . Sin embargo, en plena Guerra Fría, Gabriel González promulgó la Ley de Defensa Permanente de la Democracia conocida como “Ley Maldita” que proscribió al Partido Comunista, desencadenando una fuerte división en el país. Ahí estuvo Miti Markmann, brindando apoyo a Gabriel González.
La vida de esta mujer describe un recorrido tortuoso a ratos, con éxitos indudables y a la vez, fracasos personales que hubo de enfrentar. No fue fácil, ni el dinero, ni el poder impidieron que en el terreno privado los días también fueran amargos y difíciles , “ … nuestra relación seguía tensa… Una noche volvió tarde otra vez. Lo esperé, lo interrogué. El negó que hubiera ido a jugar, pero tampoco me dio una excusa convincente. No le creí. Yo sospechaba que había vuelto al juego, pero no sabía dónde ni con quién”. La afición al juego, un vicio que llevó a muchos a perder hasta la manera de andar, parece haber sido una experiencia dolorosa. No obstante el texto no se detiene ni profundiza en éste ni otros temas delicados como el carácter pícaro de González Videla ¿Miti Markmann no recordaba otros?. ¿Omitió desgarros? O más bien se trata de las dificultades que se le presentan a nuestra autora al escribir la memoria de otro a quien aprecia. Ello nos dejó una sensación de un relato trunco o quizás de una heroína poco convincente.