Abrimos esta novela negra justo en el momento en que el candidato a senador por Maule, Jorge Villalta Logroño, es asesinado en el baño de “Donde Rogelio”, un pequeño restaurant de Duao, célebre por la gran afectación que tuvo bajo el terremoto de 2010. Cada detalle del crimen es narrado con precisión, en un pretérito perfecto que aumenta el dramatismo y la humillación que padece el cuerpo del candidato que es encontrado, horas después, por el personal de aseo con la cabeza hundida en el excusado.
A partir de ese momento el protagonismo de Tres políticos muertos (Tregolam, 2022) recae en el suboficial de carabineros Miguel Guevara Lagos y, casi como simple requisito de la novela, su compañero y ahijado de matrimonio, el cabo Cristóbal Molina Paredes. Junto con ellos pasamos gramaticalmente a tiempo presente en un ejercicio de complicidad del autor con sus lectores, para mostrar “en directo” los resultados y las dudas de la pareja de investigadores a lo largo del relato.
El suboficial Guevara conoce la naturaleza humana, es culto y solo se convirtió en carabinero muy joven para hacerse responsable de su familia materna. Ese sentido de la responsabilidad y de la modestia contrasta con la corrupción general de las instituciones públicas, los partidos políticos, las ansias de celebridad y poder de los fiscales y, también, con las deslealtades amorosas que campean en Maule y que son digitadas, casi siempre, desde el centro político y económico del país.
Dos tercios de la novela transcurren en la investigación del crimen de Villalta. Solo en la última parte aparecen los otros dos políticos muertos que dan su nombre a la novela y que agudizan el misterio sobre la autoría de los crímenes. El relato vuela en la pluma de Soto Díaz y rápidamente llegamos a la resolución de los crímenes motivados por pasiones profundamente humanas. Por contraste, la corrupción dominante en las instituciones que enmarca la novela pareciera quedar incólume, naturalizada e inexplicable. Se designará a otros candidatos, el financiamiento ilegal de la política quedará impune y solo las sobrevivientes, todas ellas mujeres, sintomáticamente ajenas a la maquinaria política, pagarán (al parecer), con su memoria o su soledad.
Como buen ejecutor de su oficio, Eduardo Soto Díaz escribe de lo que sabe. No elabora artimañas para mantener la atención sobre los hechos desnudos que dan vida a un relato que se lee con interés sobre todo porque el paisaje institucional, las alusiones a la realidad política actual de nuestro país, nos parecen del todo reconocibles. Soto Díaz toma la realidad como su campo de acción y reivindica los valores que encarna la pareja que conforma el suboficial Guevara y el cabo Molina. Por contraste todo lo demás se cae a pedazos. Esto permite que los informantes que debe entrevistar Guevara le den teorías disparatadísimas, pero que tienen algo de verosimilitud dada la corrupción generalizada que vive el país de la novela.
Solo un reproche me parece válido hacer a esta novela. Vimos por los ojos de Guevara toda la “indagatoria” de los crímenes; recorrimos decenas de veces Maule de Curicó a Duao y de allí a Curicó; supimos de sus aspiraciones frustradas de juventud y de su alto sentido del deber. Sin embargo, su salida de la novela es apenas anecdótica, con muy poco cariño diríamos por el personaje. Se revela de este modo cierta uniformidad en la construcción de los personajes, en su forma de hablar incluso, tal vez un desapego del autor a los seres que ha creado para centrar toda su atención en la acción y la trama.
Salvo este punto, que en el fondo dice relación con un acercamiento genuinamente humano a la narración, Tres Políticos Muertos, puede ser leída como un acercamiento desde la subjetividad de la ficción, al proceso de descomposición institucional que Chile está padeciendo, y donde siempre quedan, desde la perspectiva optimista del autor, algunos próceres anónimos que valorar.
Rodrigo Aravena Alvarado