Tokio, el mapa particular
(un recorrido por el Tokio de los libros)
María José Ferrada
(Fotografía de Rodrigo Marín)
Existen diferentes tipos de mapas para recorrer Tokio. El más común y posiblemente también el más práctico, pensando en que son pocos los extranjeros que hablan japonés, es el de que aparece en cualquier guía de viajes. Barrios (Shibuya suele encabezar el listado), museos (para los amantes del grabado japonés nada como el Museo Ota) y comidas (si decide arriesgarse a comer sashimi de fugu y no quieres morir envenado debe chequear que el cocinero tenga el certificado correspondiente. El listado temático de los imperdibles es preciso y claro.
Pero existe un segundo tipo de mapa, que es el que cierto tipo de viajero dibuja a su medida. No hay uno igual a otro y el dibujo puede tomar años.
Yukio Mishima: Chiyoda
Ahí están: el viajero y su mapa particular. Fue hace más de treinta años que llegó a sus manos El rumor del oleaje de Yukio Mishima. Y si bien le impresionó la belleza de esa breve novela romántica que parece transcurrir en el interior de un grabado japonés, lo que no pudo olvidar fue la forma que eligió su autor para terminar con su vida: un seppuku –antigua forma de suicidio ceremonial– en el cuartel general de las Fuerzas de Autodefensa de Japón, con prensa y rehenes de por medio. La razón: un llamado urgente al pueblo japonés a no dejarse contaminar por la modernidad y volver a la tradición, simbolizada en la figura del emperador. La escena, no sucedía en el Japón samurái, sino que en 1970, y la fotografía de la cabeza cortada del candidato a Premio Nobel sería una imagen que incomodaría a gran parte de los japoneses e impresionaría al mundo entero.
La pregunta que, tras el shock, quedaba volando en el aire es una de las que el protagonista de este viaje ha escrito en el reverso de su mapa: ¿es posible combinar tradición y progreso?
Para intentar responderla –intuye que no podrá, pero esa imposibilidad es parte importante de su viaje– se internará por las calles de Chiyoda, un barrio localizado en el centro del antiguo Tokio, cuyo corazón es el Kōkyo, Palacio Imperial y residencia del emperador. Situado en los terrenos del antigo castillo Edo, la construcción fue utilizada por la familia Tokugawa hasta 1868, año en que Japón se abrió al mundo, poniendo fin a la era de los shogunes y trasladando la residencia imperial desde Kioto, la ciudad de las tradiciones, a Tokio, centro administrativo y comercial de Japón.
Es posible tomar una visita guiada para conocer los terrenos interiores del palacio –cosa que hacen entre 300 y 500 personas cada día–, pero la mayoría de los japoneses y turistas se conforman con la visión de los puentes y los jardines exteriores (Kokyo Higashi Gyoen) que desde 1949 están abiertos al público durante todo el año. 2000 pinos y árboles que representan a todas las prefecturas de Japón parecen velar, como si se tratara de verdaderos guardianes, por el sueño del emperador Akihito que ha anunciado su retiro para mayo de este año. Lo sucederá su hijo mayor, el príncipe Naruhito.
El viajero al que sigo se despide de la primera parada marcada en su mapa y mientras se dirige al metro en la Estación de Tokio, que se ubica a pocas calles del Kōkyo, se encuentra con una estatua de Godzilla de tres metros de altura. “La más grande de Japón” le dice un turista, al verlo interesado. Se trata del guardián de otro tipo de imperio. Creada como símbolo de Hibiya Godzilla Square, espacio abierto y rodeado de tiendas de lujo, se ubica frente a Hibiya Chanter, uno de los tantos centros comerciales a los que acuden con el mismo fervor con el que visitan los templos la gran parte de los turistas –29 millones visitaron el país en 2017, según la Organización Nacional de Turismo Japonés (JNTO), cifra que esperan llegue a 40 millones el 2020 cuando el país vuelva a ser sede de las Olimpiadas– y de los 37 millones de japoneses que habitan las 47 perfecturas de la zona metroplitana.
¿Es posible combinar tradición y progreso? la pregunta que planteó el radical y controvertido Yukio Mishima sigue en el aire, sin respuesta.
Antes de entrar en esa ordenadísima maraña que es el transporte subterráneo de Tokio, el protagonista de esta historia decide hacer una última para en la cafetería del hotel Tokio Kaikan. A su lado derecho, un grupo de hombres de negocios –Chiyoda es también uno de los principales distritos financieros del país– y a su lado izquierdo, una mujer vestida de estricto kimono que parece haber salido de la época Edo solo con la intención de tomar el sen-cha (té de hojas verdes) de la tarde.