Con una valentía y una soltura que cuesta encontrar entre los historiadores, la autora enfrenta la interpretación ortodoxa cristiana sobre cómo una religión, proveniente de la región oriental y la más pobre y marginada del Imperio, grupo que inicialmente solo reunía a 2 millones de personas de un total de 80 millones de ciudadanos, termina instalándose como la religión única y oficial.
“La narrativa del cuento, tal como se lo imaginó en otros tiempos y tal como lo leemos y lo escribimos en la actualidad, es tan antigua como la humanidad. Supongo que en las cavernas las madres y los padres les contaban cuentos a los niños, cuentos de bisontes, probablemente.”
Una novela parecida a la vida, con algunos caminos que no van a ninguna parte, con algunos momentos gloriosos en medio de mucho desconcierto. James Salter, gran narrador, se luce con historias mínimas, entrañables, que surgen de pronto, aparentemente sin relación con la historia central.
Cuesta mucho creer que lo ocurrido en Colonia Dignidad no sea una ficción producto de lo más oscuro que habita al ser humano. Es tan así que la mejor forma de acercarse a lo allí acontecido debe incluir la ficción.
De una dureza a veces insoportable, esta novela habla de la lealtad. En medio de la crueldad y el dolor, no se apaga ese último bastión de resistencia que hace que estemos ahí para el otro. La escritora sigue la tradición norteamericana de las novelas corales que sigue la vida de cuatro amigos en Nueva York, para detenerse en uno de ellos.