Alejandro Zambra
Anagrama, 2019
Me la leí de un tirón. Muy entretenida. A pesar de que esta vez Zambra se expone a más de 400 páginas. Lo que tiene de bueno es lo típico de Zambra: que no tiene frases para el bronce, que todo es como inconcluso, que crea atmósferas a partir de sutiles guiños llenos de ambigüedad. A esto se suma, esta vez, mucho sentido del humor. Me descubrí muchas veces sonriendo, algo que se agradece especialmente en estos tiempos, y hay momentos en que que la sonrisa se vuelve derechamente en carcajadas.
El protagonista de la novela es Gonzalo, Gonzalo Rojas, un “poeta chileno” que deber tener la edad de Zambra, a quién acompaña en su formación, en sus amores y en su paternidad, como padrastro de Vicente. Lo mejor de la novela, y quizás su núcleo, está en su reflexión sobre la paternidad. Digamos mejor sobre la ambivalencia de la paternidad. Aquí es donde se afirma, esta historia, la de Gonzalo. La novela se desvanece cuando se refiere a la historia de Vicente, pero se le perdona: no son demasiadas páginas, algunas de las cuales se pudo haber prescindido. Lo mismo las referencias a NYC y a un exceso de preferencias literarias que no agrega mucho a la historia.
“Poetas Chilenos” tiene otra virtud: nos permite vislumbrar la vida de esa generación que fue joven por largo tiempo —mucho más de lo que fue cualquier generación precedente—, pero que por mucho que escapó, la pilló finalmente la edad adulta. Tardíamente, cuando ya había superado con creces los 40 años.
Agrego una última cosa: es un placer leer en chileno, en nuestra lengua, con nuestra atmósfera, con personajes que a pesar de las distancias tienen tanto de uno. En tiempos de zoom, es una fuente de calidez insospechada.
Eugenio Tironi
domingo, 31 de mayo de 2020