Nuestra Montaña Mágica
Leer la Montaña Mágica de Thomas Mann es un ejercicio de humildad y paciencia. Nos acercamos a ella con la curiosidad de un título que habla de leyendas, de misterio y de un autor, Thomas Mann Premio Nobel 1929, que representa la cultura europea que nos fascina y abruma con su inabarcable riqueza. En sus casi mil páginas pasa todo y no pasa nada en el único paisaje donde todo ocurre, la montaña donde se encuentra el sanatorio de Berghof, aislado del mundo. El tiempo allí pierde su sentido en una rutina que se detiene, por ejemplo, en la forma precisa en que se deben doblar las mantas para que el descanso en las tumbonas de la terraza tenga un efecto beneficioso. Cuesta seguir algunas discusiones entre personajes, como Settembrini y Naphta, que parecen anacrónicos y caricaturas de posturas ideológicas y vitales. La ingenuidad y superficialidad del joven protagonista a veces aburre, hasta que comenzamos a notar cómo él va cambiando, enfermando, creciendo, aprendiendo, y con él, nosotros.
Siempre se dice que toda buena novela tiene múltiples interpretaciones y son miles los estudios que ha inspirado ésta, desde aquellos que se detienen en el simbolismo – fíjense cuando la lean en todas las veces que se repite en sus páginas el número siete-, hasta aquellos que la ven como el más perfecto fresco de la decadencia de la burguesía europea y de los Imperios que desembocaría en la Primera Guerra Mundial.
Thomas Mann comenzó a escribir su novela en 1912, luego de acompañar a su mujer a un sanatorio para tuberculosos en Davos, Suiza. La obra narra la estancia de su protagonista principal, el joven Hans Castorp, en un sanatorio de los Alpes suizos al que inicialmente había llegado únicamente como visitante.
En Europa se sentían aires inciertos, como a la espera de que algo grande estaba por ocurrir, y un escritor como Mann, formado en la tradición de Goethe, Schiller, Nietzche y Shopenhauer, pudo transformar ese sentimiento en una obra de arte.
El viejo continente se encontraba en el apogeo de su dominio mundial. Tras la revolución industrial y la explosión demográfica consecuente, había logrado establecer una dominación política, económica y militar a nivel mundial, basada en una abrumadora superioridad técnica e intelectual. Cada año cientos de miles de europeos emigraban a países fuera del continente europeo, cimentando su dominio y configurando un mundo hecho para el beneficio de Europa. Pero cuando Mann comienza a escribir La Montaña Mágica esta hegemonía ya comenzaba a resquebrajarse, tanto por las tensiones imperialistas entre las grandes potencias, como por el ascenso de Japón en Asia y los Estados Unidos en América y por el fortalecimiento de la conciencia de la clase obrera de su postergación que comenzó a amenazar el orden social existente.
La novela muestra el propio proceso del autor enfrentado a un mundo en crisis. Es importante tener en cuenta que durante el proceso de escritura las opiniones políticas de Mann sufrieron una importante transformación y todo ello se refleja en la novela. Sal leerla, se puede sentir la reflexión, el conflicto interno que provoca epor una parte el amor por un mundo que se acaba y el miedo frente a lo que viene. El autor retoma la escritura en 1920, aunque de forma discontinua, y la publica en 1924. El mundo ya es otro.
Nosotros estamos viviendo en nuestra propia Montaña Mágica, donde el tiempo parece no tener nada que ver con el reloj. Se apura o se detiene casi a su voluntad. En la novela el tiempo juega con los personajes y con los lectores; los primeros cinco capítulos relatan con una minuciosidad rica en detalles únicamente el primero de los siete años que Hans permanece en el Sanatorio, mientras los seis años restantes donde la existencia es más monótona y rutinaria, se condensan en los dos últimos capítulos de la obra. Después de vivir nuestras vidas en cuarentenas, comprendemos mucho mejor que el tiempo no es uniforme, que se acelera y se detiene, según la riqueza de nuestras experiencias y de nuestros estados de ánimo.
En nuestras propias montañas mágicas hemos conocido o reconocido la paz, el sosiego de hacer menos, la riqueza de la intimidad y la rutina.Y tal como en la novela, ello se mezcla con la incertidumbre y el miedo, no solo a la enfermedad y la muerte, sino a lo que ocurre o a lo que está por ocurrir “allá abajo” en el mundo más allá de nuestras paredes o farellones.
Pero debemos bajar, así como Hans Castorp aunque reticente, sabía que debía bajar. Porque las montañas entregan refugio y soledad, a veces imprescindibles en tiempo de crisis. Pero aunque a veces la tentación del repliegue a la intimidad es muy fuerte, debemos vencerla y bajar para seguir siendo parte de la humanidad.