Eugenio Tironi Barrios

“¡No me adule tampoco usted a mí!”

“Si hace eso, señor, dejará de conocerme, y ya no volveré a ser Jane Eyre, sino un mono vestido con casaca de arlequín, un pájaro ataviado con plumas ajenas. Preferiría verlo a usted disfrazado de payaso que a mi de cortesana. Y a pesar de los mucho que lo quiero, o tal vez por eso mismo, evito la lisonja, y no se me ocurre llamarlo guapo. ¡No me adule tampoco usted a mí!”

Le dice Jane Eyre a su amado Rochester exigiendo una relación de iguales, reivindicando un amor que no se apoye en la vanidad sino en la verdad que hay en cada cual, hombres y mujeres.

Es difícil decir cuando surge el feminismo. Los estudios hablan de diversas olas en un proceso que comienza con la conciencia del sometimiento, posteriormente las reivindicaciones legales y la denuncia de un modelo patriarcal, para luego abandonarse un solo concepto de feminismo y abrirse a diversas concepciones de género.

Pero junto con este movimiento social y político, y  no se puede entender sin ello, están aquellas escritoras que con su genio develaron ya hace siglos una manera de ser, de sentir y de pensar distinta de la masculina, reivindicando que existen otras formas de aproximarnos a la realidad.

Entre ellas ocupa un lugar preponderante Charlotte Bronte y entre sus obras Jane Eyre, publicada en 1848. Es la historia de una huérfana y sus tribulaciones en la Inglaterra de comienzos del siglo XIX. Esa podría ser una primera lectura y quizá la que prevalece cuando leemos esta obra siendo muy jóvenes. Sin embargo, desde sus primeras páginas, junto a una historia perfecta, con un ritmo que nunca decae, nos asombra un estilo único, directo y desenfadado que utiliza para reflejar los profundos recovecos del alma femenina.

La obra fue publicada en 1848  en Gran Bretaña, cuando  y donde  el capitalismo y su clase predilecta, la burguesía, se encontraban en su apogeo. Era una sociedad que experimentaba cambios importantes en el modo de vida, por ejemplo, por primera vez en la historia los habitantes de las ciudades eran más numerosos que los de los campos.  La novela inglesa, más que ningún otro género, fue capaz de expresar estos cambios, mostrando las luces y sombras del período victoriano,  el que parecía ser la culminación del progreso humano. 

En un pequeño pueblo inglés, Hartworth, tres hermanas Anne, Emily y Charlotte Bronte, construían con su genio mundos imaginarios  a través  de la escritura, discutían entre ellas sus obras y se reían de las críticas . Desde su niñez escribían poemas, cuentos y obras de teatro que debían firmar con seudónimos masculinos para evitar el escándalo en una sociedad que relegaba a las mujeres al ámbito doméstico. Las tres fueron novelistas de fama internacional y las más famosas y leídas de Inglaterra.

Pero veamos cómo era la vida de las mujeres en el siglo de las Bronte.  La sociedad victoriana estaba exacerbada de moralismos y disciplina, con rígidos prejuicios y severas prohibiciones, especialmente para las mujeres. Los valores preponderantes eran el ahorro, el trabajo, la moral y los deberes de la fe; valores que chocaban con el doble estándar de la pobreza y la prostitución apenas encubierta.

Eran los hombres quienes dominaban tanto los espacios públicos como privados y el lugar otorgado a la mujer era exclusivamente el doméstico. La forma de sometimiento de la mujer en el nuevo modelo burgués era presentarla como un ser primordial para el mantenimiento de la cultura, la religión y las buenas costumbres, siempre y cuando se limitára a las cuatro paredes de su hogar y no osará traspasarlas. No era un ser inferior, de ningún modo, era el “Ángel del hogar”, según un famoso poema de la época escrito por un masculino clérigo.

Jane Eyre, la protagonista de nuestra novela, muestra desde sus primeras páginas su rebeldía frente a la sumisión femenina, enfrentándose primero a los castigos físicos y luego al único destino digno para las mujeres de entonces, el matrimonio. “Nadie se casará conmigo por amor, y me niego a ser considerada como un negocio”, dice la protagonista refiriéndose a su falta de riqueza y belleza. Esto representa una verdadera  revolución cultural y el inicio de un movimiento que sigue hasta hoy, entonces se les llamó “mujeres nuevas”, que respondiendo al confinamiento doméstico  defendieron su derecho a decidir por sí solas sobre sus vidas,  a trabajar fuera del hogar y a desarrollar sus capacidades intelectuales en igualdad de condiciones.

La obra es, sin embargo, mucho más que una arenga feminista. La autora no cae en estereotipos ni en simplismos y  se acerca con lucidez a la compleja alma femenina, reconociendo  las diferentes y solapadas formas de sumisión y de poder que están presentes en todas las relaciones amorosas: “Paulatinamente fue adquiriendo sobre mí un influjo que alicortaba mi libertad de pensamiento “, confiesa honestamente la protagonista.

Hay algunos personajes universales que van más allá del tiempo y la sociedad de donde surgen.  Jane Eyre es uno de ellos. Hay una pureza y dignidad en esa muchacha fea y valiente que aún hoy nos inspira. Porque todas somos feas y bellas; porque no queremos disfrazarnos para nadie; porque no necesitamos ser el “ángel del hogar” para amar nuestra propia y única forma de hacer una pareja, una familia y un hogar.

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Agosto 18, 2020

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