“El lector” de Bernhardt Schlink
Por Marcia Henríquez Bustamante
En esta novela del juez constitucional alemán Bernhard Schlink, otro juez, uno ficticio, el Sr. Michael Berg, relata en primera persona y con toda la sobriedad de su cargo, la historia de un amor adolescente que le marcó la vida.
A los quince años conoció a Hanna, una mujer de treinta y seis que, con el pretexto de ayudarlo a asearse, lo sedujo. Hoy diríamos que abusa de él, pero son los años sesenta.
Hanna le enseñó a Michael a disfrutar del cuerpo y a contemplar a una mujer sin cohibirse. A partir de esa relación él se comportó con confianza en sí mismo y esa confianza lo puso por encima de los compañeros de colegio y facilitó su interacción con las muchachas, pero de adulto lo mantuvo buscando a una mujer que no iba a encontrar.
Hanna trabajaba como inspectora de los boletos del tranvía. Ambos ajustaban sus horarios para reunirse en el precario departamento de ella. Cuando las cosas con Hanna estaban bien, ella lo bañaba y hacían el amor; él leía para ella y de nuevo hacían el amor. Cuando las cosas estaban mal, ella lo humillaba. Así era como él lo percibía, pero siempre estuvo dispuesto a doblegarse para no perderla.
Un día cualquiera, Hanna desapareció.
Años después, cuando estaba terminando la universidad, volvió a verla. Llevado por uno de sus profesores, asistió a un juicio contra mujeres criminales de guerra y allí estaba Hanna, en el banquillo de las acusadas. No estoy haciendo spoiler. Desde la contratapa sabemos que ese es uno de los vuelcos importantes de la historia. Y no es el único.
Pero la novela no se sustenta en los vuelcos. Incluso el narrador es demasiado limpio, casi frío para documentarnos sobre los hechos.
El juez Berg relata el caso desde un estrado distante y no se toma el trabajo de crear tensión narrativa. Schlink posee una excelente pluma, y pareciera que diluye las incógnitas al presentarlas con una transparencia que opaca la sorpresa. De todos modos, la lectura es tan fluida que en ningún momento nos desanima esa contención con que se muestran las emociones. Por eso continuamos leyendo.
Hacia el final surge el sentido de un relato que está por encima de sorpresas y vuelcos: al parecernos todo tan evidente, hay cosas que no hemos hecho el esfuerzo de imaginar.
Junto al juez Berg, comprendemos, tardíamente, que hubiera valido la pena “conocer” a Hanna.
Además de ser conmovedora, la novela “El lector” invita a una reflexión intensa sobre las decisiones que hubiéramos tomado si fuésemos esa otra persona; la persona cuyos actos juzgamos.