Eugenio Tironi Barrios
Gabriel García Márquez
La leí a los 16 o 17 años. Hace más de medio siglo. Luego la había ojeado, intentando re-leerla, pero no me había animado. Me había generado un cierto rechazo, el rechazo de lo ya recorrido, de lo excesivo. Ahora la tomé y la leí, lentamente, una hora cada noche, deteniéndome y volviendo atrás para saborearla, y también para retomar la historia y los personajes, que son tantos que se pierden, especialmente a esta edad, cuando las cosas a uno ya no se le impregnan como antes, como la primera vez. Me ocurrió, sin embargo, que recordaba todo. No la gran historia, que se había borroneado, sino los detalles. Los más ínfimos. Tanto que podía anticipar cómo concluía un párrafo. Me podía adelantar a lo que venía. En sus detalles. En sus giros inesperados.
Después del ejercicio llego a una conclusión: no hay una novela igual a Cien Años de Soledad. Como dice Vargas Llosa, es total. Un mundo, un universo, todas las vidas. La belleza como está escrita. La sutileza de los personajes. La atmósfera. Las reflexiones lanzadas de refilón, no vaya a ser que se tomen demasiado en serio. El humor, que supera con creces la tragedia. La tragedia misma, que nunca es tan trágica como suponen los trágicos. El destino, el retorno, el eterno retorno. Y por sobre todo la soledad, la irreprimible soledad, esa fiel compañía.
Lean Cien años de soledad. Todo está ahí. No hay mejor remedio para tiempos de cuarentena.
Eugenio Tironi
viernes, 10 de julio de 2020