José Miguel Ibáñez Langlois.
Editorial Universitaria, 1980.
En 1980 José Miguel Ibáñez Langlois miraba al siglo XXI, con los ojos del poeta vidente, el que vaticina un futuro plausible. Y ahora en 2019, ¿a qué le apuntó nuestro poeta? No importa. Pero su larguísimo poema, ¿se puede leer todavía?
Veamos.
Es un poema en 131 fragmentos y 372 páginas que repasa el siglo XX para proyectar al XXI lo que podría surgir. Está escrito en cientos de citas, latinazgos, galicismos, junto a un verso libre cercano a nuestra propia habla cotidiana. El poeta tiene urgencia de decir algo y por ser escuchado.
Le preocupa el amor como ejercicio gimnástico, la palabra impotente, merced el ejercicio de la política de camarilla, falaz y sus (ausentes) o déspotas representantes. Le preocupa la sobrevivencia de la Palabra revelada, pero como principio estético y también político. Ibáñez hace acopio en su oficio de poeta de todos sus roles: el de poeta, el de crítico, el de sacerdote.
Hay fragmentos, como el 74, de una naturalidad que paga por todos los demás excesos (las tediosas alusiones a las capacidades intelectuales del autor/vidente). Sin embargo, leer Futurologías hoy tiene aun otro expediente muy importante según los tiempos que corren: en su afán de escudriñar hacia el futuro, desde la discontinuidad del presente, funda una especie de utopía, de mundo posible al que se podría optar como meta o camino. Propongo leer estás Futurologías, poesía de videntes, como la de los profetas, cómo la de Rimbaud, para que cada cual pueda buscar cuál es el mundo que cree venir.
Es importante pensar en este futuro que ya está con nosotros.