Vivian Lavín Almazán
Una vegetariana silente habla de Corea
Cuenta la traductora coreana Sunme Yoon que se sintió herida con la reacción que despertó en la crítica especializada de su país La Vegetariana, cuando fue publicada en el año 2007. Una novela perturbadora para una escena literaria dominada por hombres de la vieja escuela inmersos en una muy sociedad conservadora en lo social, aunque aunque liberal en lo económico. Sunme Yoon no podía creer lo que decían o, peor, la manera cómo otros, ignoraban de manera olímpica, la escritura de la novelista Han Kang. Silencio o rechazo para una historia que tenía como protagonista a una mujer que se salía del tradicional molde que le tenían reservado y cuya negativa a comer carne es relatada a tres voces: su marido, su cuñado y, finalmente, su hermana.
El silencio por el que opta la protagonista es tan radical como su decisión de convertirse en un vegetal y Sunme Yoon se sintió violentada por el hecho de que su país no le diera la importancia a un libro que es mucho más que la historia de una mujer que se vuelve vegetariana. Así entonces, emprende la tarea de traducirla al castellano. Los premios que fue cosechando en el camino solo confirmaron su diagnóstico. Hasta que en el año 2016 obtuvo, en Estados Unidos, el Man Booker Prize. A partir de entonces, Han Kang deja de ser una promisoria novelista coreana y se convierte en una escritora de rango mundial.
¿Qué es lo que La vegetariana viene a contarnos sobre la sociedad coreana? Pues mucho, cuando se trata de una obra que cuestiona “la violencia y la salvación, y sobre la posibilidad de la inocencia y la belleza”, según cuenta su autora. Como también, y es de suponer, el lugar que ocupa la mujer en una de las ocho economías más dinámicas del planeta. Porque a pesar de la investigación tecnológica de frontera que tiene a Corea situado a varios años en el futuro, la mujer sigue siendo concebida como hace siglos: un elemento decorativo, una madre o, en el mejor de los casos, una fuerza de trabajo silenciosa. Así, no es la protagonista la que cuenta su historia, sino que son los otros, quienes la observan y describen como un sujeto de deseo, compasión e incomprensión, aunque también puede decirse que se trata de una novela sobre la relación de dos hermanas.
El libro pareciera ser la continuación del cuento escrito por la autora en el año 1997 llamado El fruto de mi mujer y que narra la historia de una mujer que se va transformando en un vegetal en el balcón de su casa. Pero esta vez fue más radical. Y eso queda desde la primeras líneas que abren el libro y que corresponden a las de su marido: “Antes de que mi mujer se hiciera vegetariana, nunca pensé que fuera una persona especial. Para ser franco, ni siquiera me atrajo cuando la vi por primera vez”.
Una frase demoledora que muestra el desprecio por su mujer, por lo ramplona y simple, pero confiesa que era justamente lo que estaba buscando al tomarla como esposa: una mujer fácil que lo atendiera y no se quejara de la vida que le tocaría… hasta que decidió hacerse vegetariana.
La actitud de la protagonista puede ser explicada por quien bien conoce a la sociedad coreana actual, el filósofo Byung-Chul Han: “El signo patológico de los tiempos actuales no es la represión, es la depresión. La presión destructiva no viene del otro, proviene del interior. La depresión como presión interna desarrolla unos rasgos autoagresivos. El sujeto que, viéndose forzado a aportar rudimentos, se vuelve depresivo en cierta manera se muele a palos o se asfixia a sí mismo”, dice en La expulsión de los distinto (Herder Ed).
Dos voces, Han Kang y Byung-Chul Han, permiten entender a una sociedad compleja que en solo 70 años vivió el horror de la guerra y hoy vive en la opulencia. Entre esos dos extremos quedó el individuo, acorralado, refugiado en el alcohol y en el suicidio, dos caminos en los que Corea también puede exhibir marcas insuperables.